Terminamos nuestros 20 días de viaje por tres países africanos, 6.000 kms, 200 picaduras, 2 “mordidas” de tráfico, 3 pinchazos, 4 fronteras y 100 kilos de arena encima después, con un paseo por el Kalahari acompañando a una familia bosquimana que nos explica cómo sobreviven vagando por estas tierras inhóspitas, a las que pelean por volver. Nos enseñan raíces, arbustos, huellas, cacas, palos, a hacer fuego. El padre lleva todo lo que necesitan en una bolsita de piel al hombro, en la que echa lo que vamos encontrando. Vamos, igualito que nosotros y nuestro coche-casa de estos días.
Algún “problema mecánico” el primer día casi da al traste con nuestro viaje pero daré detalles en petit comitée porque mi madre lee esto que afecta a 6 nietos, un yerno, dos hijas y una medio adoptiva. Con ganas ya de llegar a Windhoek no sé sintetizar todo lo vivido, mucho más aislados de lo esperado.
Ha dado tiempo para todo:
Para recrearse la vista, para aburrirse, para alucinar
Para reírnos, mimarnos, para pasar miedo
Para cansarse de la INTENSA convivencia, leer, bailar, cantar
Para pensar que se nos ha ido la mano con tantos días de viaje
Para echar de menos una cama, un cine, un rato solos, internet Para enfadarnos, para estar felices sin saber por qué Para cambiar de estrategia, para dar gracias…
Empolladas las guías de campo y de viajes hemos recibido un curso intensivo de antropología y reino animal que ni 50 programas del National Geographic. Sabemos diferenciar antílopes por la forma de los cuernos y por las rayas del culo, sabemos cuánto y cómo come un cocodrilo, cómo bebe una jirafa, cuánta velocidad coge la chita en cuanto tiempo, cómo es el huevo de avestruz y a qué sabe el warthog. Hemos encontrado poesía en algunas cosas: Pula (lluvia), es la moneda en Bostwana, y Thebe (gotas), su fracción. Y no tanta en otras: Katutura, el Soweto marginal de Windhoek creado por el apartheid para agrupar a los negros, dónde fuimos a visitar el proyecto que Bárbara apoya, significa en Herero “el lugar donde no queremos vivir”.
La poesía del ruido de la selva: ¡jo, qué guay, dormir pegados al río!, deja de ser tal cuando de los cantarines pajaritos pasas a querer dormir y el CROAR infernal de las ranas en el Delta del Okavango no te deja, o el RUGIDO de los hipopótamos en el Zambezi te despierta. No digamos del sonido de las pisadas del elefante y el de su “O-RI-NA” pegado a nuestra tienda mientras degusta un arbolito durante minutos que se hacen horas. “Sí, vamos a tener que cortar ese árbol”, nos dice el estereotipo de afrikáner quepuebla estas tierras, dueño del camping, que nos ha hecho firmar, como todos aquí al llegar, que no se responsabilizan de lo que te pase con los animales, “les gusta demasiado y un día vamos a tener un disgusto”. Pasé una noche tremenda debatiéndome entre lo romántico y la estupidez de morir aplastados por un elefante meón y comilón. Cuando después de unos días durmiendo en la tienda sobre el coche nos tocaba cama el sitio nos parecía el Ritz fuese como fuese. Luisito ha jugado a la Nintendo mientras el resto disfrutábamos de los atardeceres africanos pero selo pasó como un enano tirándose con unas tablas por las dunas del desierto del Namib y recogiendo pieles de serpientes, rocas de sal, minerales, botellas de arena (que desaparecerán discretamente cuando hagamos las maletas). Fue el único que se atrevió a tomar el gusano frito típico de la zona. Un brujo le leyó el futuro chocando unas cáscaras, le dijo que iba a ser feliz, sano y fuerte, se lo ha creído como palabra de ley y anda con esa actitud vital desde entonces. Dice que quiere ser agricultor, supongo que viendo todo el trabajo que hay por aquí.
Sofía ha disfrutado como loca haciendo dos mil fotos/videos de animales de todo tamaño y color mientras cuidaba de Mara y Afri cuando estaban y pintándose la cara, bailando y tocando el tambor en una fiesta en Victoria Falls.
Inés, la preadolescente del grupo, ha encontrado sus Memorias de África en cada rincón, feliz porque se atrevió a dar de comer al guepardo (¡qué mono!) y porque no se mareó y fue la única que disfrutó de verdad de las vistas en la avioneta en el Delta. Como muestra del carácter de nuestra prole sirva de ejemplo la visita a una granja de cocodrilos en la que vimos en directo como los alimentaban a base de perros. Sofía, entusiasmada, lo grababa todo pegada a la valla. Luis iba dando pasitos hacia atrás e Inés, desde el principio, se situó a 10 metros (¿han terminado ya?). Todo muy educativo, como veréis, pero no sabemos a dónde llevará esta sobreestimulación a la que les hemos sometido.
Hemos tenido que mojar en ácido los zapatos en decenas de controles veterinarios por el camino, donde nos han quitado las manzanas que acabábamos de comprar. Nos hemos desesperado con la LEEEEENTA burocracia entre fronteras. Constatado el tremendo declive en Zimbabwe, que ha perdido 3 de sus 13 millones de habitantes por la emigración en los últimos 5 años en los que su moneda ha pasado a valer NADA. Hemos leído literatura de la zona, Coetzee (Nobel sudafricano) y Mma Ramostwe, Bostwana, que refleja muy bien el cacao maravillao de esta zona árida y desértica que despierta pasiones en sus habitantes con más o menos siglos de arraigo, nomadismo y recolocación eterna donde el SIDA está bajando a la mitad la esperanza de vida. Nos hemos quedado atascados varias veces en arenas en medio de parques nacionales famosos por sus leones. Salvados por rangers amables que han dado a Luis clases rápidas de manejo por el desierto gracias a las que ha alcanzado título superior de Tourist-Power-Ranger (¿colará si le propongo que nos quedemos aquí una temporada a criar avestruces mientras él pasea turistas?) .
Kilómetros y kilómetros y kilómetros de NADA ni NADIE, paisajes infinitos, SOL rojo LUNA naranja en amaneceres y atardeceres de postal. Nos quedan 10 días aquí, no sé si vamos a poder resistir tanta sobredosis. Volvemos a casa de Bárbara a mimar a los sobris lo que podamos.