¿Les llama la atención que comamos con los dedos? nos pregunta una doctora alojada en la misma Guesthouse que nosotras en Sathkira. ¡Nooo!, respondemos, ¡entendemos que es algo cultural!. Y nos guardamos para nuestros adentros la impresión que nos produce que hagan bolas con el arroz, mezclado con los dedos junto con la salsa y el pescado y hablen gesticulando con todos los restos mientras vemos cómo saltan los granos en nuestra dirección. ¡Nooo!, no nos impresiona que cada dos por tres hagan un ruido con la garganta a la vez que lanzan un escupitajo tan lejos como pueden, ¡entendemos que es algo cultural!. Tampoco les comentamos cómo de infernal nos ha parecido Dhaka, la capital de Bangladesh, sumergida en un caos de tráfico permanente donde tardarías menos en ir andando, si hubiese aceras,
que en cualquiera de los vehículos que ya hemos probado: bici Rickshaws, moto carros con pasajeros enjaulados, taxis en coches desvencijados o cochazos con aire acondicionado. Estos últimos los inaccesibles para pocos, mejores, claro. Hablan en kilos (kilómetros) no en tiempo. Puedes tardar una hora (es lo mínimo en cualquier desplazamiento) en hacer 3 kilos o 3 horas sólo 2 kilos. Imagino que también puedes no llegar si, por ejemplo, en una autopista, los coches se dan la vuelta y circulan en dirección contraria para esquivar un atasco bloqueado. Nada vivido antes puede ayudarme a describir el caos en el transporte. Nada como un videojuego puede ilustrar lo que he sentido cuando, de noche, en una mini carretera sin luces, con nuestro conductor hablando por el móvil mientras esquiva a una vaca atravesada, a unos señores caminando y a un motocarro lleno de señoras maravillosamente vestidas para ir a uno de los templos de celebración del Punjab hindú, los focos del camión, rey de la carretera, a toda caña, nos nublan la vista, mientras vemos nuestra vida pasar. Sin palabras. Durante horas, así, durante horas.
Mañana saldremos en todos los periódicos locales y bromeamos con ser la foto más subida en facebook en esta región. Parecen no haber visto un europeo en su vida y en cada lugar al que vamos nos fotografían decenas de atrevidos mientras el resto nos taladran con la mirada y unos y otros se avisan para que nadie se pierda el espectáculo de vernos pasar, llegar, hablar. Y eso, empapadas en sudor.
El responsable de la comunidad de Sonabaria, upazila de Kalaroa, nos lleva con otras autoridades, que parecen sacadas de Miami Vice, a inaugurar una fiesta en un templo hindú. Nos sentimos Indiana Jones. Con poco inglés sólo nos va gritando de vez en cuando: quick quick!…. ok, now to the car, quick, quick! parada en la policía de frontera, quick quick, now, to the car!. Con tono cada vez más autoritario. ¡Señor, me está usted estresando!. Como nuestro proyecto es de tráfico de mujeres, bromeamos con que nos lleva a la frontera india para vendernos. No tiene gracia en realidad pero es que nos hablan en bengalí, muy rápido, y no pillamos nada con nuestro traductor, majo él, pero ronco de una manera que ni en inglés ni en bengalí se le entiende mucho. Surrealista. Una señora se pone a cantar. Propongo a Bea que cante algo ella pero no encuentra el momento. Los niños quieren fotos con nosotras, los jóvenes contacto en facebook, el “capo” local invitarnos a un té al lado de la carretera. Run, run! Corred, que ahora el comisario de la policía nos espera en otro templo para inaugurar otro Punjab. Al llegar, los policías nos abren paso entre la multitud para llegar a donde el gobernador distrital da un discurso. Llegamos y pierde protagonismo porque se lanzan a hacernos fotos de nuevo. No hemos sido tan fotografiadas ni en nuestra boda.
Al tercer quick, quick, to the car, y hasta arriba de dulces hindús en cada sitio, proponemos irnos al hotel. Nuestro acompañante se alegra porque no le llevemos otra vez de compras. Ayer compramos piezas de bicicleta antiguas y bolsas de la compra y ya ha tenido suficiente “shopping” para una temporada.
Borrachas de colorido, de mujeres maravillosamente vestidas, paisajes idílicos, estampas de arrozales al atardecer, niños pescando mientras las mujeres se bañan con sus saris que cuelgan a secar a lo largo de la carretera por donde caminan los hombres con el torso desnudo, vestidos sólo con una tela alrededor de la cintura, grupos en la calle mirando una tele pequeñita, hmmm ¡qué auténtico! Incluso sin haber visto al tigre de Bengala, pero tenemos que ir pensando en volver al caos de la capital.
Dhaka es la ciudad con más alta densidad de población por kilómetro cuadrado del mundo de uno de los países más poblados, independiente desde 1971 ya que tras la independencia británica en 1947 había quedado unido a Pakistan al otro lado de India (¡¿cómo?!). 130 milllones. En esta capital, con 13 millones teóricos de habitantes, probablemente 20, uno se siente una hormiga en el hormiguero. Hay siempre gente por todas partes, ¿cómo lograr así la prospección interior necesaria para cumplir con los cinco rezos preceptivos diarios?
La religión, nos dice uno de nuestros acompañantes, Jewel (el otro, adorable, se ha enfadado como un niño porque finalmente no le llevamos de viaje con nosotras) lo impregna todo, no es opcional. Todos los interlocutores tienen en el discurso el “todos somos iguales, en Bangladesh las religiones conviven sin problema”, pero no le compra en la feria a su hija un collar porque le parece un poco de estilo hindú o no ve películas de Bollywood porque le parecen demasiado o, cuenta: “nosotros sí respetamos a los hindús pero ellos, si tocamos un plato, consideran que ya es impuro”.
En la fiesta del sacrificio (Eid) que ahora se celebra matan a las vacas, que por cierto vienen de India, que los hindúes no se comen pues las consideran la reencarnación de una diosa. No debe ser fácil. Andan por la calle por todas partes, atadas a una farola, de paseo, engalanadas, como los pavos en la época de nuestros padres.
Caritativos (otra “pata” del Islam), hospitalarios, amables, reciben pocos turistas, alguno cree que esto contaminaría su sociedad, porque equiparan turismo a sexo. No beben alcohol y se nota en las calles, urbanas o rurales, coquetos y siempre bien arreglados, tanto ellos como ellas. A su lado nosotras no nos sentimos a la altura.
Parece que el Corán no dijo nada acerca de las drogas y ahí tienen un “vacio legal”. Como lo hay con el tema del tráfico de mujeres, que nos trae aquí, feo donde los halla, triste, oscuro… van “queriendo” nos dice la policía, y una vez en India no podemos hacer nada. ¿Queriendo? ¿desesperadamente queriendo?. Las víctimas que sobreviven y regresan, no siempre son bienvenidas en sus comunidades, nadie quiere casarse con ellas. En un país con tanta pobreza acaban siendo unas apestadas con muy pocas opciones: albergue transitorio, intermediación laboral, acompañamiento, counselling, cabras, patos, comprensión, son palabras nuevas para ellas que les llegan a través de esta iniciativa que venimos a auditar para ver si la inversión tiene sentido y si se ha gastado bien, pero… ¿cómo no va a tener sentido?, ¿qué más da en el fondo que la inversión no haya sido del todo eficiente?, ¿cómo va a serlo con estos costes de transporte y lo invisibilizado y poco priorizado que está el tema?.
Superadas estas dudas volvemos a nuestra revisión de facturas. Sin Faruk, el traductor, más centrado en la auditoría que nosotras, localizado a través de una amiga que trabaja para El Corte Inglés y viene a menudo a controlar la producción aquí, habría sido imposible nuestro trabajo, por mucho bengalí, ¡cinco palabras!, que hayamos aprendido estos días . El 3 se escribe como el 6, el 4 como el 8, el 7 como el 9, el alfabeto es diferente, no ponen todos los ceros en los miles…. de chiste la revisión del gasto, de nuevo surrealista.
No me quedaré con la imagen de niños caminando desnudos por la capital, ni de las señoras mayores pidiendo, ni de un radical en el mercado que nos grita: “you are in an islamic country, dress code necessary”, porque enseñamos medio brazo. No me quedo con lo irracional de una ciudad no pensada para sus habitantes. No me quedo con la comida que parece deliciosa pero te deja los labios como si te hubieses puesto botox ni con el teatro tradicional en bengalí que nos dormimos agotadas.
Me quedo con Azad diciéndonos llamadme cuando lleguéis al hotel. Me quedo con Faruk, escuchimizado, probándose las telas encima para ayudarnos a elegirlas, con la llamada por confusión a la profesora Shamin, en vez de a Samir de la OIM que tanto nos hizo reir, con el camarero que, tímido, se atrevió a pedirnos una foto, con el baño en la piscina del hotel, a salvo del ruido caótico y acompañado por la llamada a la oración del Muhecín. Me quedo con el ladeado de cabeza tan mono con el que asienten, con el “please, accept me” de un chico que me pide contacto en FB, con las discusiones con médicos, policías, profesores y demás autoridades respecto a si Messi y Barcelona son o no mejores q
ue el Real Madrid y la pena de España en el Mundial. Me quedo con el viaje solas en un pedazo avión desde Sathkira, con la sentada en un tronco con decenas de “seguidores” a donde nos llevaron para escuchar la música en el pueblo indio al otro lado del río, donde no está “mal vista”. Y me quedo con la prueba de vestidos tradicionales con Anny y Mursheda en la que comprobamos que hay que nacer aquí para llevarlos con cierta gracia.
Como dijo Faruk en el Rickshaw volviendo del parque universitario en el que temíamos caernos a cada bache: don´t think, enjoy! Buena suerte para Bangladesh en cricket en los Asian Games y que sus dioses variados les protejan.
Eid Mubarak!
2 Comments
my new motto : don´t think enjoy!
So much to learn!